Después de meses de pensarlo, finalmente vas a psicoterapia. Al fin encontrtaste a un terapeuta que parece que sabe lo que está haciendo, un profesional seguro con una buena carrera y que da buenos resultados. Pero luego te enteras que tiene problemas, ansiedades, que se ha divorciado mil veces o que es mujeriego, o alcohólico, que lucha contra las drogas, etcétera. ¿Te dececpionas? ¿Abandonas la terapia? Hay algunas cosas que decir al respecto.
La psicoterapia como tal surgió a finales del siglo XIX, principios del XX si nos ponemos muy técnicos. En aquél entonces, en sus experimentos, hipótesis y pesquisas, Freud concluyó, y muchos han estado de acuerdo después que él, que el psicoterapeuta debe ser una “pantalla blanca” en la cual el paciente ha de proyectarse. Por ello, el psicoterapeuta debe mostrar, se dice, lo menos de su personalidad. No encontramos en sus consultorios fotografías de sus seres queridos, sino objetos que pueden representarlos y que se mantienen ocultos a la comprensión del paciente. El terapeuta debe ser, se supone, una figura desconocida para el paciente.
Esto, se supone, ayuda a la proyección, a que el paciente ponga en el terapeuta cosas que al terapeuta no le corresponden, pero que son parte de la forma en que el paciente se vincula con las personas de su vida. De este modo, lo que el paciente hace es ver en el terapeuta comportamientos, posturas y vinculaciones que éste no tiene pero que el paciente pone en él. Luego de esto, el terapeuta podrá entender la forma en que el paciente se relaciona con quienes le rodean y podrá hacer hipótesis clínicas e intervenciones.
¿Pero si el psicoterapeuta no es una pantalla en blanco? ¿Esto debilita la proyección del paciente? En mi experiencia la respuesta es un no rotundo. Los seres humanos proyectamos todo el tiempo y esperamos en los demás las relaciones con las que crecimos. Si un paciente está acostumbrado a la agresión de sus padres porque la vivió durante toda su infancia, esperará agresiones del terapeuta (o incluso las causará). Si el terapeuta es una pantalla en blanco o si es el ser humano más comprensivo y cariñoso del mundo, será lo mismo. Si se ríe de las bromas o si se queda con cara de palo, será lo mismo. Si el terapeuta se queda con cara de palo, el paciente proyectará la relación agresiva con sus padres en esa falta de reacción. Si se muere de risa, dudará y se preguntará de qué se ríe.
Porque la proyección es inevitable… y es inevitable porque no conocemos otra cosa. Si durante el proceso de crecimiento y socialización, cuando construimos nuestros vínculos con los otros (principalmente nuestros padres y familiares cercanos) nuestra mente se adecua a un tipo de relación constante, eso es lo que vamos a ver en todos lados. Cual Inspector Javert, no seremos capaces de ver una realidad obvia si nuestra mente no tiene noticias de su existencia.
¿Y por qué esto viene al caso? Porque estamos en el siglo XXI. La idea freudiana de la “pantalla en blanco” me parece que hoy ya es imposible. No sólo por cómo la privacidad es un asunto del pasado y la única forma de que un paciente no conozca a su terapeuta es que éste no sepa lo que es una conexión a Internet, sino también porque las relaciones han cambiado. Ya no vemos la autoridad del mismo modo, ya no vemos al profesional clínico de la misma forma. Hoy ya no le hablamos de “usted” al médico o al cirujano, le hablamos de tú y esperamos que, junto al tratamiento médico, haya un tratamiento humano y amistoso (más de una investigación ha concluido que un tratamiento médico es más eficaz en la medida en que el paciente estime y se sienta cercano con quien lo atiende).
Conozco colegas que, fieles a las posturas del psicoanálisis de hace medio siglo, se mantienen rígidos como estatuas durante la sesión, con un gesto que no comunica nada, sin reacción… sin humanidad. Y entonces, una de las relaciones más humanas que se pueden generar en estos tiempos de superficialidad y posturas sintéticas, se ve reducida al respeto por una técnica que se preocupa más por la forma que por el fondo. Y ojo, estoy seguro que muchos colegas leerán esto y querrán quemarme en leña verde, algunos negarán con la cabeza, pensando que no tengo idea de lo que digo y que agredo la técnica, el encuadre y la teoría.
Y aún así, no puedo dejar de decir que los psicoterapeutas somos humanos. Sí, algunos pacientes nos divierten y tenemos derecho a reirnos si dicen algo divertido. Es más, yo incluso diría que debemos reirnos. ¿Por el paciente? Sí. ¿Porque le enseña que hay otras reacciones a su existencia que aquellas a las que está acostumbrado? Desde luego. ¿Y por nosotros? Sin duda, porque hipócrita sería si le pido al paciente que acepte y abrace su afecto mientras yo reprimo el mío en pro de una técnica que, se supone, debe ayudarnos (sí, a los dos, al paciente y al terapeuta) pero que está ahí más porque DEBE estar que porque logre algo.
Ya estamos lejos de la época en donde era necesario idealizar al psicoterapeuta, verlo como el clínico perfecto con una vida intachable. Que pereza que aún haya quienes crean la máxima de “si puede arreglar las vidas de los demás, ¿por qué no arregla la propia?” Los profesionales de la salud mental no necesitamos tener vidas perfectas, necesitamos sólo ayudar a nuestros pacientes. Si un psicoterapeuta ayuda al paciente, si real y honestamente lo ayuda, ¿es importante si tiene o no una vida patas hacia arriba? No, sin duda. Pero los críticos de la psicoterapia, sobre todo aquellos que se niegan a asistir a una, usarán las vidas imperfectas de los psicoterapeutas para rechazar la opción de mirar hacia sí. “¿Cómo va a ayudarme a esto alguien que no puede lograr ni aquello?”
Pues que se sorprendan los simplones, porque claro que se puede. Y no sólo se puede, sino que en ocasiones el psicoterapeuta tiene la capacidad de ayudar a un paciente a resolver un conflicto con el que él mismo está luchando. Vaya, incluso paciente y terapeuta pueden superar un conflicto al mismo tiempo. Hay veces que el paciente lo sabe, hay veces que no. Ante este conocimiento, hay pacientes que dan un paso atrás, preguntándose cómo los va a ayudar quien no ha resuelto lo mismo. Otros, al saberlo, se comprometen más con el tratamiento y el vínculo. Lo importante es que el paciente no debe abandonar el tratamiento si sabe que el terapeuta está luchando con un problema similar, debe hablarlo, trabajarlo. Si después de hablarlo decide irse, puede irse. Pero no debemos callar cuando la psicoterapia crea un vínculo de apertura sin juicio y comunicación sin señalamiento.
Los psicoterapeutas estamos muy lejos de tener una vida resuelta. Sí, tenemos crisis y preocupaciones, angustia, ansiedad y también somos víctimas de la patología y necesidades afectivas. Pero tenemos la formación personal y profesional para ayudar, así como el neumólogo con enfisema pulmonar no pierde todo su conocimiento médico para ayudar (e incluso salvar) a quienes sufren de enfermedades pulmonares graves. Si lo que buscas es un neumólogo con pulmones tan claros como el cielo del Polo Sur te vas a llevar una decepción. Y si te niegas a tomar un tratamiento psicoterapéutico al menos que el psicoterapeuta no tenga problemas y resuelva los conflictos de su vida como Superman, jamás tomarás tratamiento (y, si puedo decirlo, creo que en el fondo es justo lo que deseas).
Me despido, pero no sin antes desearte que esta noche tengas un sueño reparador y terapéutico.
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